En un mundo del vino dominado por la estética, el marketing y el juicio de voces autorizadas, lo esencial queda a menudo silenciado: el viñedo, la tierra, la vida del campesino. Solo en el trabajo silencioso de la viña —como el retiro de San Genadio a la montaña— parece conservarse la verdad que reconforta y sostiene.
En el mundo del vino, lo auténtico —el viñedo, el terruño y la viticultura — queda a menudo oculto tras una capa de superficialidad.
Sumilleres y críticos, que podrían conectar campo y copa, muchas veces construyen barreras con tecnicismos y puntuaciones.
Así, el vino se transforma en un objeto elitista, alejándose de su raíz campesina, de su historia y de su sencillez: la de ser una bebida que acompaña la vida. El poder de la maquinaria propagandística estandariza las cartas de los restaurantes de media Europa, dejando poca vía para que el consumidor conozca el verdadero terroir que realmente genera emociones únicas.
El Ejemplo de San Genadio
Cansado de tanta filigrana verbal, muchas veces vacía y alineante, surgen grandes frustraciones e incompresión. A consecuencia, siento que el único espacio donde realmente encuentro el equilibrio y satisfacción necesarios es con el trabajo en el viñedo. Alejado de los focos y altavoces que pervienten la realidad del vino, encuentra uno la realización personal que reconforta el mundo interior, auténtico soporte para una vida plena.
San Genadio se distinguió por su profunda espiritualidad, humildad y dedicación al retiro contemplativo. Era un hombre austero, profundamente comprometido con la vida monástica y la reforma de las costumbres eclesiásticas de su tiempo. Tras ejercer como obispo de Astorga, renunció voluntariamente al cargo para dedicarse a la vida eremítica, buscando una mayor cercanía con Dios a través de la soledad, la oración y la penitencia.
Era también un promotor del equilibrio entre la vida activa y contemplativa, y un líder respetado tanto por su sabiduría como por su ejemplo de vida.