Alonso Quijano, ilustre hidalgo, es el máximo exponente de una clase social inadaptada que se transforma en Quijote para cambiar un mundo que no le gusta, un mundo que no sabe o no quiere entender.
Un hidalgo en el siglo XVII era un miembro de la baja nobleza, que gozaba de ciertos privilegios como la exención de pagar impuestos y el derecho a portar armas. Los hidalgos se caracterizaban por disponer de escasos recursos, y total ausencia de poder político o territorial.
En la península ibérica, como en el resto de Europa, durante la época feudal la sociedad estaba dividida en tres grandes estratos:
- Los que rezaban.
- Los que trabajaban la tierra.
- Los que hacían la guerra.
Con la toma de Granada, comienza en España un periodo de paz en el que la función guerrera pierde protagonismo y son los hidalgos los herederos de una casta que apenas encuentra ocupación. La sociedad ha cambiado, se va incrementando el comercio, surgen las ciudades y una nueva clase social: la burguesía. Artesanos, artistas y comerciantes inundan sus calles. Pero el hidalgo se encuentra desubicado. Por tradición y costumbres sociales, un hidalgo sólo puede vivir de sus rentas, que en muchos casos son más que insuficientes, y justifican su existencia al abrigo del prestigio y éxito que lograron sus antepasados.
Así, nuestro ingenioso hidalgo, desempolva las armas de su bisabuelo y emprende su camino de la mano de su fiel escudero Sancho para cambiar un mundo que no le gusta, que no quiere ni puede comprender. Y mientras algunos cantan el fracaso de su particular odisea, generación tras generación muchos leen y releen sus hazañas en busca de sus singulares enseñanzas.
Hidalguía vitícola berciana
Los cambios no le son extraños a nuestro amado Bierzo. En especial el mundo del vino está sufriendo una transformación vertiginosa los últimos años. En el pasado, el sector también estaba estratificado en distintas clases: viticultores que cultivaban con mimo las viejas viñas heredadas, bodegas que elaboraban el vino con sus tradicionales recursos y comerciantes que vendían uva y vino al mejor postor.
El Bierzo en vendimias era una fiesta: largas colas en las cooperativas, camiones de otras partes de España cargando uva en las básculas de cada pueblo, reuniones familiares con las elaboraciones de vino casero.
Pero los tiempos cambian, el bodeguero se ha metido a viticultor con el afán de controlar todo el proceso, ha realizado nuevas plantaciones, y modernizado sus técnicas para buscar la rentabilidad de su negocio, y así lograr sobrevivir en un mundo globalizado tan deshumanizado.
Así, las manos que trabajan las viñas viejas bercianas se encuentran cada vez más abandonadas, incomprendidas y, lo que es peor, minusvaloradas. Trabajan sus viñedos para conseguir un precio insultante por su uva. Como los hidalgos, son herederas de una tradición que parece extinguirse. Se parecen a nuestro ingenioso hidalgo en lo paupérrimo de sus rentas, las únicas armas que pueden portar son el sacho y la guadaña y, eso sí, pagan impuestos como el más acaudalado de sus vecinos.
Ya predijimos hace años que el cultivo de viñas viejas en Bierzo se iba a convertir en un fenómeno extraño, una anomalía en tiempos modernos que ya sólo está sosteniéndose por una ingeniosa hidalguía que incomprensiblemente no quiere dejar borrar las huellas de un pasado glorioso.
